Detrás de los vidrios
podían distinguirse las personas que cocinaban a altas temperaturas. Los
vidrios empañados, la ropa ligera sobre sus cuerpos, revelaban el calor que ahí
dentro circulaba. Del otro lado, jóvenes en estilo eficiente preparaban sofisticados
sushis a la vista de los comensales. Mezcla rara de ventanales a la
calle con vista a una noche de otoño de esas con lluvia apacible y música repititiva
que nadie parecía advertir.
Había muchos de esos
lugares por la zona, demasiados quizás. ¿Dónde irían todas esas personas hace
veinte años atrás cuando el sushi, los tacos, los kebab y el mercado de la
comida foránea no existía?
En el centro del lugar
de los ventanales y la música repetitiva, había una cinta giratoria que portaba
platillos con bocados de distintos colores al alcance de quien quisiera
comerlos.
Un hombre y una mujer
llegaban. Parecían una pareja. Mientras se ubicaban en torno a la cinta, en
taburetes que dejaban sus pies suspendidos, cada uno sacaba su respectivo
teléfono móvil para ubicarlo exactamente enfrente de sí. Ella llevaba una blusa que le descubría la
espalda y le adornaba los hombros con pieles; hablaba por su teléfono celular
mientras su acompañante daba muestras de mucha habilidad con los palillos
chinos. Tras colgar el teléfono, ella alcanzó uno de esos platillos con bocados
naranjo salmón que pasaba frente a sus ojos disponiéndose a comerlo al momento
en que el teléfono del hombre que la acompañaba comenzaba a sonar. Era el turno
de él. La música continuaba con un sonido base repetitivo y uniforme. Detrás de
los vidrios, continuaban las altas temperaturas y la esperanza quizás en los
que ahí estaban, de que el tiempo avanzara para sacarse la ropa de trabajo y
volver a sus barrios que nada tendrían que ver con la zona de los habitués
de ese lugar. Nada parecía perturbar a la pareja, ni la música, ni los vidrios empañados,
ni la lluvia en los ventanales. Sus ojos solo estaban destinados a los
platillos que circulaban, que elegían y luego comían y, en ocasiones, a sus
teléfonos móviles atentos al destello de luz señal del ingreso de una llamada.
No había espacio para palabras entre ellos dos. Sus rostros sin muestra de cansancio o de hastío, se mantenían
inmutables. De pronto sonó el teléfono de ella. No había señal. Apoyó el vaso
sobre la mesa, su cartera quedó ahí tal cual la había dejado, bajó con cuidado
del taburete y caminó entre la gente -que esperaba su turno para comer- en
dirección a la calle. Al fin parecía que la señal había llegado. Se
quedó ahí, en la vereda, hablando por su celular. Cuando él guardó su tarjeta de crédito en su billetera y terminó su café, bajó con cuidado del taburete, tomó la cartera de ella, y guardó su teléfono móvil. Ya en la vereda, le mostró su cartera en señal de partir. Se perdieron así entre la música y la gente que esperaba afuera.
quedó ahí, en la vereda, hablando por su celular. Cuando él guardó su tarjeta de crédito en su billetera y terminó su café, bajó con cuidado del taburete, tomó la cartera de ella, y guardó su teléfono móvil. Ya en la vereda, le mostró su cartera en señal de partir. Se perdieron así entre la música y la gente que esperaba afuera.
Impresionante tu capacidad de descripción en la escritura..se activan las imágenes y los climas emocionales. Bravo..no conocía este lado tuyo. Falta poco para tu cumpleaños..abrazos
ResponderEliminarRecién pude ver tu comentario y ya pasó mi cumpleaños. Gracias Ceci
ResponderEliminar